"En los primeros años de carrera hice excavaciones. Cuando encontrábamos algo, el arqueólogo jefe nos mandaba parar para que la restauradora viniera a sacarlo. Yo quería hacer eso, el trabajo manual", comenta Orozco, restauradora de arqueología desde hace 15 años, 10 de ellos en el MAN.
"En la actualidad sería imposible generar un MAN, un Prado o un Louvre. Son museos de otro tiempo, fruto de su propia época. Ahora todo está más deslocalizado y la conservación se queda en el sitio del descubrimiento, que al final es lo normal. Eso sí, no por ello hay que deshacerlos", apunta Arroyo.
La rutina de la restauradora
"Cuando vemos las vitrinas nos llevamos una idea errónea de cómo están las piezas en verdad. Aquellas ya están tratadas, pero lo normal es que cualquier objeto del pasado esté incompleto y presente alteraciones. Lo normal es que estén en mal estado", destaca Arroyo.
"Me dicen más los martillazos que recibió el metal fundido en los laterales o la presencia de sales por venir de un yacimiento costero que el hecho que sea romano", puntualiza Arroyo mientras señala un supuesto lampadario de Baelo Claudia (Cádiz).
Un nuevo paradigma
"Nos centramos en modificar lo menos posible el objeto. Al final, cualquier cambio podría alterar su estructura y destruirlo. Por ello hay que sopesar mucho las consecuencias de restaurar una pieza. Si se puede destruir la información, lo mejor es dejarlo. Por ello algunas no se limpian", manifiesta García.