El arquitecto catalán Ricardo Bofill ha fallecido a los 82 años en un hospital de su ciudad natal, según han publicado varios medios nacionales citando a fuentes de la familia. Bofill nació el 5 de diciembre de 1939 en Barcelona y ha sido una de las figuras más internacionales del sector.
Bofill estudió en la Escola Tècnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB), de donde fue expulsado en el año 1957 por su militancia política. Por ello, completó sus estudios en Suiza y, en 1963, fundó su conocido Taller de Arquitectura. Se trataba de un inmueble que había sido una antigua fábrica de cemento en Sant Just Desvern, a las afueras de la urbe.
Un monumental espacio que sirvió también como estudio-vivienda para el arquitecto y que tuvo pronto un vecino diseñado por él mismo: a su lado construyó el Walden7, un proyecto que adquirió protagonismo en la ciudad, siendo una de las múltiples obras que desarrollo frente a esa franja del Mediterráneo. Destacan en la zona el llamado Castillo de Kafka (unos apartamentos en Sant Pere de Ribes), el colorido Barrio Gaudí en Reus, de 1968, o La Muralla Roja, una ciudadela de 50 apartamentos levantada en la localidad alicantina de Calpe en 1975.
Su salto posterior fue a Francia. En París y sus alrededores continuó con sus bloques de viviendas, siempre resaltando el papel de la plaza como centro de reunión y convivencia. Su carácter rebelde evitó el racionalismo, y tiró por lo ecléctico, sin olvidar su función de cohesión: odiaba el edificio aislado y abogaba por la ciudad compacta.
Aun así, Ricardo Bofill aceptó diferentes propuestas. Levantó edificios míticos como el 77 West Wacker en Chicago o la torre Shiseido en Tokio. Además, alzó viviendas en Argel, la capital de Argelia, y adaptó sus nociones de urbanismo a la ampliación del Paseo de la Castellana en Madrid o los jardines del Turia (el antiguo cauce del río) en la ciudad de Valencia. En total, sus creaciones se pueden ver en 40 países.
"He vivido como un nómada, dando vueltas para conseguir hacer arquitectura. Construir en 40 países te multiplica los puntos de vista. Viajar obliga a distinguir entre lo que piensas o esperas y la realidad. Te acerca a quien vive a escala planetaria, como un cantante, pero te aleja de la gente", declaraba al respecto en una entrevista de El País Semanal.
Reconocía entonces que supo cómo la arquitectura puede salvar al mundo con 35 años. "Pero todas las profesiones que avanzan, reparan. Para curar una cosa es necesario arriesgar otra. A mí me estimula la invención. Son las diferencias lo que salva. Toda Europa como Alemania sería una aberración. Lo mismo en arquitectura. No todo lo que se haga desde un despacho tecnológico de Londres tiene que valer para todos los lugares del mundo. Imponer un estilo a otras culturas es una locura", sostenía, haciendo gala de su amplitud de estéticas y su ímpetu por la invención: "Yo no quiero ser moderno, quiero ser nuevo", repetía.