Aunque las autoridades de ambos países trasladan mensajes que invitan a la reconciliación, la realidad es que, a efectos prácticos, la disputa diplomática sigue inconclusa.
Todavía no hay noticias de la embajadora del país africano en Madrid, Karima Benyaich, a quien Rabat llamó a consultas el pasado mes de mayo, ni de la cumbre bilateral de alto nivel aplazada desde diciembre de 2020.
Marruecos tampoco reabrió las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla ni retomó las conexiones marítimas, bloqueadas por motivos sanitarios desde el comienzo de la pandemia del coronavirus.
El desencadenante del mayor conflicto diplomático hispano-marroquí desde el de Perejil en 2002 fue la acogida en España del líder del Frente Polisario saharaui, Brahim Ghali, para tratarle de COVID-19, aunque subyace una causa más profunda: el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental.
Tal como admitió el mismo Rabat, las relaciones con el Gobierno de Pedro Sánchez serán inestables mientras este continúe negándose a seguir los pasos de la administración de Donald Trump de adoptar la posición marroquí con respecto a la antigua colonia.
El desencadenante de Ghali
Las alarmas saltaron en España el 17 de mayo, cuando miles de migrantes procedentes del otro lado de la frontera comenzaron a acceder a la ciudad norteafricana de Ceuta, ante la pasividad de las autoridades policiales del país vecino.
Aunque no se conoce la cifra exacta, en dos días entraron en el enclave unas 10.000 personas —entre ellas cientos de menores—, desatando una grave crisis migratoria.
Pocas semanas antes, el 18 de abril, Brahim Ghali entraba en España para ser ingresado por una afección agravada por el coronavirus, algo que el Gobierno español justificó por "motivos humanitarios".
El gesto provocó gran malestar a Rabat, que no había recibido ninguna comunicación sobre este asunto, aunque la entonces ministra española de Exteriores, Arancha González-Laya, descartó que fuera a perjudicar las relaciones bilaterales.
Sus afirmaciones no podían estar más lejos de la realidad, tal como evidenció el consecuente episodio en Ceuta, que obligó a Pedro Sánchez a ponerse firme con la promesa de "defender la integridad territorial de España con los medios necesarios".
A principios de junio, el líder del Frente Polisario volvía a Argelia tras recibir el alta del hospital, pero Marruecos advirtió a España que la crisis "no está limitada al asunto de un hombre" y "no terminará con su partida".
Rabat dejó clara su posición en un duro comunicado donde afirmó que "el fondo del problema es una cuestión de confianza rota entre socios" por las "segundas intenciones hostiles de España con respecto al Sáhara, una causa sagrada de todo el pueblo marroquí".
Las autoridades marroquíes advirtieron que para resolver la disputa haría falta del Gobierno de Sánchez "una aclaración, sin ambigüedades" de "sus elecciones, sus decisiones y sus posiciones" en cuanto a la cuestión del Sáhara.
Presión en la frontera
El episodio de Ceuta fue visto por el Ejecutivo español como un asalto a las fronteras y un método de presión para forzar el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara.
"Si lo que se está diciendo por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores de Marruecos es que ha utilizado la inmigración, es decir, el asalto a las fronteras españolas por parte de 10.000 marroquíes en 48 horas, a mí me parece absolutamente inaceptable", fue la respuesta de Sánchez al comunicado marroquí.
El mensaje del presidente español fue apoyado por la Comisión Europea, que vio en el conflicto no solo una amenaza para la frontera nacional española, sino contra una de las puertas de entrada a la Unión Europea.
El doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Observatorio Universitario Internacional sobre el Sáhara Occidental, Isaías Barreñada, recuerda en entrevista con la agencia Sputnik que la razón de fondo de la tensión es que "Marruecos esperaba que España se alineara con la posición de EEUU" tras la decisión de Trump a finales de 2020.
"Marruecos estaba muy envalentonada después de haber tenido algunos éxitos diplomáticos. Utilizó unos medios de presión respecto a España pero también Europa, y Alemania, que no es un socio como España o Francia pero es muy importante, y aquí cometió un error de cálculo del que le cuesta mucho dar marcha atrás", afirma este experto.
Según Barreñada, la utilización de la migración como "arma arrojadiza" contra España no es nueva, y se extiende también a la ruta hacia las Islas Canarias.
Tampoco es el único elemento de presión con el que cuenta Marruecos: el juego mediático que dan polémicas como la del caso Ghali, la utilización de la disputa política en España —incluyendo la independencia de Cataluña— y los posibles contratos por los que compiten empresas españolas, que se pueden llevar otros, son otras de las cartas que Rabat guarda bajo la manga.
Intentos de acercamiento
Desde el punto álgido de la crisis poco cambió en las relaciones España-Marruecos, que siguen embarradas pese a las tímidas muestras públicas de ambas partes que apuntan a una distensión.
La ministra de Exteriores que manejó el asunto Ghali, a quién Rabat responsabilizaba de la acogida del líder del Polisario, salió del Ejecutivo español en julio en el marco de una remodelación de gobierno impulsada por Sánchez. Asimismo, las autoridades marroquíes accedieron a cooperar en el retorno de cientos de menores que todavía estaban en Ceuta.
En agosto, el rey Mohamed VI se refirió a la crisis por primera vez públicamente, remarcando su voluntad de "inaugurar una etapa inédita" con España basada en "la confianza, la transparencia y el compromiso".
Por la parte española, el sustituto de la canciller González-Laya, José Manuel Albares, lleva meses reafirmando el "buen camino" que siguen ambos países hacia la resolución del conflicto con Marruecos, país que calificó de "gran amigo" durante su toma de posesión.
Pero pese a que el ministro habló con su homólogo, Nasser Bourita, por teléfono a finales de septiembre, todavía no se ha dado un encuentro en persona, tal como es costumbre cuando hay un nuevo canciller en uno de los dos países.
"Todas las señales que recibimos de Marruecos son buenas y demuestran que estamos en el camino de construir una relación aún más sólida", afirmó en octubre Albares, aunque evitó poner fechas al fin de la disputa diplomática.
Sigue la tensión
Pese a los aparentes pasos hacia una resolución de la contienda, y los intentos de España para evitar nuevos problemas con el país vecino, los encontronazos bilaterales siguen sucediéndose.
La última polémica se dio en torno a la construcción de una piscifactoría en aguas de las Islas Chafarinas, un archipiélago español en la costa norteafricana que Marruecos considera territorio ocupado, como Ceuta y Melilla, pero hasta ahora había respetado.
Este nuevo pulso con respecto a España forma parte de lo que los expertos consideran "la posibilidad de que Marruecos esté desplegando una estrategia híbrida bajo el formato de la zona gris, con la mirada puesta en hacerse con la soberanía" de Ceuta y Melilla, así como el resto de peñones e islas españolas, "sin forzar una guerra abierta".
Así lo retrata un reciente informe publicado por el Observatorio de Ceuta y Melilla, que repasa los incidentes diplomáticos de los últimos años y advierte de las pretensiones de Rabat sobre los territorios españoles.
También está el hecho de que Marruecos sigue sin renunciar a su posición sobre el Sáhara, tal como evidenció el discurso de Mohamed VI con motivo del 46 aniversario de la Marcha Verde.
"Estamos en nuestro derecho de esperar de nuestros socios posturas más atrevidas y claras con relación a la cuestión de la integridad territorial del Reino", afirmó el monarca.
Para Barreñada, España es la primera interesada en que el conflicto no llegue a extremos, siendo el único país de conexión entre África del norte y Europa, y con la cuestión del estrecho de Gibraltar y múltiples intereses económicos de por medio.
Todos los países quieren tener buenas relaciones con sus vecinos, pero las de España y Marruecos siguen plagadas de altibajos, y la crisis actual demuestra que Sánchez todavía tiene problemas al otro lado de la frontera.