El cielo siempre ha causado en el ser humano una sensación de congojo y atracción. La bóveda celeste es sinónimo de misterio y majestuosidad. Campo de investigación para los astrónomos del siglo XXI y un gran rompecabezas para los pueblos que no gozaban de la tecnología propia de la actualidad. Antaño, el estudio del universo se hacía desde lo alto de zigurats en la antigua Mesopotamia o en los pétreos escalones de las pirámides mayas. En la oscuridad de la noche, cuando el manto estelar brillaba con fuerza. La tablilla de arcilla, el papiro o la piedra servían para anotar las respuestas que les ofrecía el cosmos. Un análisis a caballo entre la ciencia y los designios de la religión.
En la mayor parte de las grandes civilizaciones, el cielo está directamente relacionado con la divinidad. En el panteón de dioses y diosas, a algún nombre se le atribuía el cielo. No es extraño que los pobladores del mundo antiguo creyeran que los fenómenos celestes estuvieran orquestados por alguna clase de ente superior. A ello, hay que añadir los 'regalos' que entrega el cosmos en determinados momentos.
Los meteoritos que impactaron contra la superficie terrestre se convirtieron en una de las principales fuentes de hierro de la antigüedad. La única durante la Edad del Cobre o la Edad del Bronce. "No existía la tecnología para fundir el hierro a altas temperaturas. Todo lo fabricado con este metal es de origen meteorítico", puntualiza la historiadora Victoria Almansa a Sputnik Mundo. Palabras con las que define la realidad del Antiguo Egipto, campo en el que es experta.
En el valle del Nilo han aparecido varios objetos de hierro trabajados sin necesidad del uso de hornos especializados. Su edad, pero sobre todo su composición delatan la procedencia extraterrestre del metal. Si fuese terrestre, el hierro sería casi puro, ya que durante la creación de los grandes cuerpos celestes el níquel acostumbra a acumularse en el núcleo fundido del planeta. Es difícil encontrar este elemento a nivel superficial. En cambio, el material obtenido de los meteoritos contiene un porcentaje alto de níquel y cobalto. Se debe a que los asteroides pueden ser trozos de un astro roto y tal vez de su propio corazón, donde predomina la mezcla de ambos residentes de la tabla periódica.
Entre las piezas, una serie de cuentas halladas en una tumba cerca de la aldea de el-Gerzeh, datada del año 3.200 a.C. La más famosa, la daga que descubrió el arqueólogo Howard Carter en el sepulcro de Tutankamón. Un puñal de filo de hierro y mango y vaina de oro en manos de un faraón denota el lujo que suponía poseer este material. A su vez, un elemento empleado principalmente en utensilios rituales.
"Existe una asociación entre el hierro y el ritual de la apertura de la boca. Según la literatura de la época, usaban objetos de hierro para llevarlo a cabo. Era un paso muy importante ya que servía para devolver el habla y los sentidos a los muertos en el más allá", explica la historiadora.
El metal del cielo
"Egipto me atrae desde niña", comenta Almansa. Estudió Historia en la Universidad de Sevilla para posteriormente hacer un máster en Orientalística en la ciudad italiana de Pisa. Su interés por la civilización del valle del Nilo la ha hecho convertirse en miembro de una excavación en el templo del valle de Micerinos (Giza, Egipto) y directora asistente de un proyecto en la necrópolis real de Nuri (Sudán). A su vez, la llevó a cruzar el océano Atlántico. Recaló en la Universidad de Brown, situada en el estado de Rhode Island. Allí defendió su tesis.
El tema de su doctorado se basa en los textos seculares del Reino Antiguo, un periodo de la historia egipcia situado hace más de 4.000 años. Su investigación sobre el hierro meteórico parte de una cronología similar, pero no de la misma fuente. En este caso, los textos funerarios de las pirámides.
Victoria Almansa junto a los Papiros de Abusir (Berlín, Alemania)
© Foto : Cortesía de Victoria Almansa
Su artículo, publicado en The Journal of Egyptian Archaeology, nace en el momento que se fija en el jeroglífico que representa la palabra "hierro". A su juicio, esta no tenía nada que ver con el símbolo que utilizaban para escribir "cobre". "Hay una corriente de la egiptología que señala que el símbolo de hierro y el de cobre es el mismo en los textos de las pirámides. Sin embargo, si analizas textos seculares, como los Papiros de Abusir, te das cuenta que se escriben de una manera muy distinta. Y, precisamente, 'hierro' se escribe igual en los documentos seculares y los de las pirámides", indica Almansa.
El jeroglífico con el que denominaban al hierro lo constituían un vaso que contiene agua, mientras del cielo cae una especie de lluvia. "Es una representación de la cosmovisión de los egipcios sobre el cielo", destaca la historiadora. Según la tradición, el cielo era una bóveda en forma de cuenco en la que cabía un inmenso mar. De este provenían las precipitaciones y por sus aguas navegaba el faraón camino a la resurrección. Metafóricamente, el firmamento era el útero de la diosa Nut. "A veces, la palabra hierro se relaciona también con el agua y la fertilidad de las mujeres. Al final, para los egipcios todos venimos de un océano primigenio. Es el eje de la creación. Es más, para ellos, todos procedemos de las aguas de nuestras madres. Es decir, el útero. Y el cielo es un gran útero divino", relata la experta.
A nivel mítico, la autora establece otro nexo entre el cielo y el hierro. Y es que en la época faraónica, el hierro proviene de Seth, dios de las tormentas. "Las palabras que usaban para cometa y rayo eran la misma. Al final, mezclaban ambos fenómenos porque no dejaban de ser un espectáculo de luz y ruido. Sin embargo, llegaron a identificar que el hierro, en forma de meteorito o eléctrica, llegaba del firmamento. En este caso, vía Seth", apunta.
El palabra bjA n pt era la que utilizaban para referirse al hierro. BjA hacía referencia al metal o la piedra y n pt al cielo. En definitiva, "el metal del cielo". Los meteoritos metálicos se entendían como trozos desprendidos de la gran copa que conformaba el firmamento. "Los egipcios eran muy observadores de su entorno y estaban muy abiertos a la posibilidad de que los meteoritos fueran de procedencia espacial. Nada que ver con los científicos de la Ilustración, incapaces de pensar en que estos llegaran desde el universo", asevera.
"La duda es cómo se dieron cuenta de ello. Al final, tienes que presenciarlo y no es algo habitual. Cómo relacionaron el cielo con este metal es el misterio", continúa Almansa.
Igual de misterioso era como lo hacían otros pueblos. El estudio de Almansa se basa en Egipto, pero tiene un germen inicial en Mesopotamia. Para la doctora, en un curso al que se apuntó de sumerio. En este aprendió que los habitantes del actual Irak utilizaban las palabras an-bar, an-na y ku-an para referirse al hierro. El signo an puede ser una abreviatura de hierro, pero también es el nombre del dios del cielo y señor de las constelaciones. An en sumerio y Anu en acadio. Esta conexión fue la que le hizo indagar en la lengua del Antiguo Egipto.
Mismo significado se puede intuir en lenguas posteriores como el griego o el latín. Por ejemplo, en la lengua de la Grecia Clásica, hierro era σίδηρος (sideros), término del que vienen palabras como “siderurgia”. Precisamente, esta podría derivar de Siros, nombre de una estrella. A su vez, la palabra latina sidus, utilizada para este mismo astro o para el concepto "constelación".
Con la llegada de la Edad del Hierro, las sociedades fueron olvidando el uso del hierro meteórico. Ahora, eran capaces de dominarlo para la fabricación de herramientas y armas. Aquel regalo divino, material para objetos de élite y sacramento, perdió su valor celestial. Los ojos seguían mirando al cielo, pero ya no era mina. Sin embargo, aquel pasado quedó registrado en la lengua. El universo es un acertijo y, en ocasiones, algo tan trivial como la forma de hablar es respuesta.