Agustín nació en Asturias. Su destino estaba casi escrito desde el día en el que llegó al mundo. Se trata de un ternero macho, por lo que su sentencia era el matadero. No obstante, su bajo peso y envergadura menor a la medida le reservaban un camino distinto. Ser matado sin tan siquiera pasar por la granja de engorde. Pero, la fortuna quiso darle una oportunidad más. Una alternativa en forma de billete de viaje. Desde las costas del mar Cantábrico al Pirineo catalán.
La cabra Ot compartió trayecto con Agustín. En su caso, fue encontrada perdida cerca de Barcelona. Su pasado es desconocido, pero el animal teme a los seres humanos. La pata Aintzane llegó a convivir con ellos. En concreto, en una casa ocupada. Hasta que fue abandonada y rescatada por unos vecinos. Más amable es el relato del cordero Abel, que vivió en casa con un señor hasta su fallecimiento. Historias distintas a la de Agustín, pero con un denominador común: el lugar final de su existencia.
Dos cerdos residentes en el Santuario Gaia (Camprodón, Girona)
© Cortesía de Fundación Santuario Gaia
La Fundación Santuario Gaia se erige entre la bruma. Los bosques descienden por las laderas de las montañas en un mar de tonalidades verdosas, ahora doradas por el otoño. El silencio se apodera del entorno, solo roto por el rebuzno o el piar. Provienen de las instalaciones de uno de los refugios de animales más antiguos de España. Las casetas de madera ocupan este rincón pirenaico, hogar de animales de granja abandonados o rescatados de la industria cárnica o del entretenimiento. "Explotados por el ser humano", puntualiza Coque Fernández, veterinario y cofundador del santuario, a Sputnik Mundo.
La vida del enclave comenzó hace nueve años. Poco antes, Coque Fernández conoció a Ismael López. Ambos eran veganos, pero el segundo era también activista por los derechos de los animales y trabajaba en una organización en Mallorca. La visita a una granja de vacas reveló su verdadera vocación: salvarlas de la mano del ser humano. Fue él quien dio a conocer la figura del santuario a López. En aquel entonces, había dos en España. Ahora, existen 18 en todo el territorio.
Sin embargo, el impulso definitivo fue la historia de Palma, una cerda vietnamita. "Vivía en Valencia en unas condiciones deplorables. En la finca en la que estaba habían muerto 30 perros y varios cerdos vietnamitas. Es más, ella era una de las pocas supervivientes", señala Fernández. La pareja decidió adoptarla y llevársela a su vivienda en Barcelona. Al poco tiempo, dio a luz a siete lechones. Tenerlos en una urbanización era una tarea imposible. "No queríamos separar a la familia, por lo que buscamos una finca en los Pirineos. Fue el inicio del proyecto", apunta.
Coque Fernández e Ismael López junto a una cabra (Camprodón, Girona)
© Foto : Cortesía de Fundación Santuario Gaia
Los comienzos del santuario no fueron sencillos. Faltaban los recursos y el lugar dependía en parte del sueldo de Fernández en el Hospital Veterinario de Mataró. "Hacía las guardias del fin de semana entre lunes y viernes. El sábado y el domingo subía a la montaña para ayudar a Ismael, que se encargaba de los animales el resto de la semana. Fueron días de mucho trabajo", rememora el cofundador.
Poco a poco, a base de donaciones y la venta de productos propios, la Fundación Santuario Gaia tomó forma. A los tres años de arrancar el proyecto, se mudaron a una finca más amplia en el municipio gironés de Camprodón. En la actualidad, un terreno de 40 hectáreas acoge el refugio. 500 animales viven en el enclave, divididos en áreas según la especie a la que pertenecen. De sus cuidados se responsabilizan ocho trabajadores, incluidos Fernández y López, y siete u ocho voluntarios, algunos con estancias de hasta seis meses. Gaia ya no es solo de dos y una familia de cerdos vietnamitas. "Nunca paras de buscar fondos para que esto siga adelante. Nunca ha sido fácil llevar un santuario", ríe el veterinario.
Vida en un santuario de animales
El despertador suena pronto en el lugar. Todos los trabajadores comienzan su rutina con la salida del sol. Su día a día depende del ritmo de vida de los animales. A primera hora se dirigen a establos y fincas para dar de desayunar a sus huéspedes. Después toca limpiar, reparar los desperfectos de las instalaciones o ir a comprar pienso, entre un sinfín de tareas. Y, por supuesto, atender a la fauna del lugar, que incluye caballos, cabras, ovejas, cerdos, jabalíes, vacas, burros, ocas o gallinas. "Es todo muy rutinario. La verdad es que lo tenemos todo muy estructurado. Hemos aprendido a hacer de todo", asegura Fernández. El último rayo de sol marca el fin de la jornada en exteriores.
Las instalaciones cuentan con una enfermería con zona de hospitalización. En el centro se realizan curas o tomas de medicación. Pruebas como analíticas o resonancias magnéticas se llevan a cabo en centros de Barcelona o Camprodón. En caso de necesitar una intervención quirúrgica, los animales son trasladados al hospital más cercano.
Trabajadora de la Fundación Santuario Gaia junto a unas cabras (Camprodón, Girona)
© Foto : Cortesía de Fundación Santuario Gaia
No es extraño que el equipo del santuario tenga que dedicarse a temas médicos. Y es que los animales acostumbran a llegar en malas condiciones. Una parte llega tras pasar días perdidos. Otros han sido víctimas de atropellos o la caza. También arriban seres que han padecido la insalubridad de las granjas en las que se criaron. "Para que liberen a un animal de una explotación tienen que estar muy mal. Hay cosas que todavía se permiten y son terribles", lamenta el veterinario.
"Hace unos años llegaron unas vacas de Galicia de pasar un auténtico infierno. A una la tenían por los cuernos a un palo y solo podía estar en el suelo. A otras, el estiércol les llegaba por la barriga en su cuadra. Lo peor es que no existe una sentencia clara contra el propietario. Es increíble que tenga derecho a recuperarlas", afirma.
Los trabajadores de Gaia intentan salvarlos a todos. Sin embargo, la enfermedad y las heridas se llevan a muchos de ellos. Estela, una cordero atacada por un perro, sucumbió a la infección de sus heridas. El cervatillo Robert no soportó el tratamiento antibiótico tras perder las piernas por la acción de una segadora. Nazaria no sobrevivió al maltrato repetido que recibió en la explotación ovejera de Murcia desde la que llegó.
En caso de responder bien a los tratamientos, los arribados gozarán de una vida plena en libertad. En total, 1.500 animales han pasado por el refugio. Todos ellos supervivientes de historias de terror. Pero, también de olvido. "Recuerdo una frase que me marcó. Me dijeron una vez que 'los animales de granja son los parias de los animales'. Es cierto. Nadie se acuerda de ellos. Son seres de consumo, destinados a ir al matadero", suspira Fernández.
Trabajadora de la Fundación Santuario Gaia junto a una oveja (Camprodón, Girona)
© Foto : Cortesía de Fundación Santuario Gaia
El cofundador de Gaia espera que las leyes se endurezcan contra los maltratadores de animales. Mira con esperanza a la nueva Dirección General de Derechos de los Animales. "Falta mucho por hacer, pero, al menos, empieza a haber movimiento. Me gustaría que más allá de leyes para perros y gatos, las instituciones otorgasen a los santuarios una legislación propia para dejar de ser considerados explotaciones", reclama. Y es que para poder acoger a un animal de granja es necesario estar en posesión de los permisos de explotación ganadera. Motivo por el que las adopciones son imposibles.
Mientras la legislación se estudia en despachos, la actividad en el Pirineo no decae. No tienen tiempo. En los últimos años, los animales rescatados han incrementado. Particulares y ayuntamientos no dudan en traerlos cuando los encuentran en la carretera o los decomisan de una granja en mal estado. "Es cierto que no recibimos subvenciones públicas, pero es bueno que piensen en nosotros y no en llevar el animal al matadero", destaca Fernández.
Agustín corre por la hierba de los valles pirenaicos. Tal vez tenga la opción de vivir una existencia plena. Lejos de la muerte prematura que venía firmada en su partida de nacimiento. El ternero halló un hogar al abrigo de las montañas esmeraldas del linde norte de Cataluña.