En total, hay 426 cables submarinos de fibra óptica con el grosor comparable al de un brazo y sirven para que distintos continentes puedan estar conectados a la red global. Mientras que algunos de ellos son más cortos y solo conectan islas, como el ubicado entre Irlanda y el Reino Unido, también hay cables de decenas de miles de kilómetros de longitud: en particular, el cable más extenso mide 22.300 kilómetros y se ubica en el océano Pacífico. Conecta Los Ángeles con Guam.
Los primeros cables transatlánticos se instalaron en las profundidades marinas a finales del siglo XIX y servían para la primera red de telégrafos. Hasta la fecha, alrededor del 97% de las conexiones globales se realiza a través de cables submarinos, capaces de transmitir hasta 3.840 gigabits por segundo —equivalente al contenido de 102 DVDs o unos 500 Gb— en cada hilo de fibra.
Debido a la profundidad a la que se ubican, no es una tarea fácil reparar los cables submarinos que quedan dañados con cierta regularidad. Para esto, la parte dañada del cable tiene que ser subida a la superficie con la ayuda de un garfio especial. En 2006, un fuerte terremoto en Taiwán afectó gravemente a ocho cables, algo que requirió una reparación a gran escala que duró 49 días y en la que participaron 11 barcos cableros. Afortunadamente, los cables de nueva generación están hechos con materiales más resistentes y flexibles.