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Maras centroamericanas: las mujeres y los niños son el "botín de guerra"

En particular en países centroamericanos, la organización de las maras ha sabido adaptarse, sostenerse y extenderse cada vez más. Telescopio dialogó con la licenciada y máster en Criminología guatemalteca, Carmen Rosa De León.
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Asesinatos, secuestros, extorsiones, drogas, rituales homicidas, son algunas de las prácticas violentas de las maras en América, afectando en especial a países como Guatemala, Honduras y El Salvador.
El origen de este fenómeno social y criminal se encuentra en los jóvenes migrantes centroamericanos que volvieron a sus países desde EEUU en la década de 1980. Aplicaron lo que aprendieron de las pandillas de Los Ángeles, entre otras ciudades.
Estos grupos operan en ámbitos urbanos como un mecanismo de control territorial mediante el uso de la fuerza, aplicando el terror y la extrema violencia para lograr sus objetivos.
Para la licenciada y máster en criminología Carmen Rosa de León, socióloga, antropóloga y activista política guatemalteca, se trata de un movimiento criminal que "fue una forma nueva de violencia en su momento pero ha ido evolucionando a lo largo de las décadas".
"Durante los conflictos armados internos, las maras tuvieron su papel pero luego evolucionaron hacia formas propias de una criminalidad que busca una sostenibilidad propia, a través de acciones como extorsiones, uno de los delitos que más afectan a la sociedad", explicó.
A este comportamiento se suma una modalidad reciente: "Asociarse como pandillas al crimen organizado o narcotráfico para la distribución sobre todo de drogas. Grupos operan en los ámbitos urbanos como un mecanismo de control territorial y con el uso de la violencia para lograr sus fines", explicó.
Muchas familias ven en estas prácticas criminales una forma de mantener su precaria economía. Y prefieren "trabajar para la mara que morir de hambre", a sabiendas de que el eslabón más débil de la cadena son las mujeres y los niños.
De León afirmó que "mujeres y niños siguen siendo botín de guerra. Y además en las estructuras, tanto de crimen organizado como de pandillas, las acciones más expuestas o de mayor riesgo están otorgadas a estos grupos".
“Las mujeres se han convertido en el eslabón más débil de la cadena. Tenemos un incremento en el sistema penitenciario de mujeres vinculadas a delitos de extorsión o tareas propias de las pandillas, que protagonizan las acciones, y pueden ser capturadas con más facilidad y son las que pagan con la prisión", manifestó la experta.
En el caso de los niños, la especialista sostuvo que forman parte de un sistema de captación por "protección". Estos menores "se ven obligados a formar parte de las pandillas para no ser agredidos por otras, a lo que se añade la ausencia de políticas públicas, que es el gran tema de fondo", sentenció.
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