En la pared, Mohammed Ali golpea la mandíbula de Joe Frazier. La imagen, en blanco y negro, corresponde al segundo de los tres combates que disputaron en la década de los 70. Encima, una más reciente, en color: la de Miriam Gutiérrez con su maestro y dueño de este gimnasio en el sur de Madrid, Jero García. A sus 38 años, ostenta el título de campeona mundial de peso ligero y se ha formado en lo que antes era un garaje y ahora es una escuela que advierte al entrar: El boxeo es vida. Vive duro.
Un lema que se adecúa perfectamente a su personalidad: la madrileña, valga el topicazo, ha tenido que librar sus mayores batallas dentro y fuera del ring. Dentro es La Reina, un apelativo que no solo alude a su ranquin nacional, sino al trato que le dan sus compañeros de saco. Fuera es quinta teniente de alcalde en el ayuntamiento de Torrejón de Ardoz, una localidad del este de la comunidad, y concejala de la mujer.
Su experiencia, su testimonio y su tesón a favor de la igualdad la han llevado al cargo. Gutiérrez, que ha ejercido desde joven como Oficial de Jardinería, es una de las víctimas españolas de violencia machista. A los 21 años, con el embarazo de su hija en el octavo mes de gestación, recibió una paliza de su expareja. Los golpes le provocaron la rotura de un hueso en el pómulo y precipitaron el parto: en las fotos de aquel momento feliz aparece con un mechón tapándole la hinchazón en la cara.
Ocultaba su cara y servía de barrera. Lo de debajo —el daño, la herida— pertenecía a una arista por resolver. La arrastraba desde hacía unos meses. Y se había sumido en ella casi sin enterarse. "En un segundo estás en el abismo. Te lo aseguro: en un segundo pasas de tenerlo todo a no tener nada", confiesa desde un banco para pesas de este gimnasio. Han pasado casi dos décadas desde entonces y Miriam Gutiérrez, con 37 y otro niño de ocho, aún responde a aquel capítulo con "rabia y dolor": "Es el mal. Tienes que tratarlo con psicólogos porque no sabes cómo te vas a sentir al recordarlo. No es fácil y te tienes que cuidar mucho con profesionales".
Quiso verbalizarlo hace poco, cuando la herida había cicatrizado casi del todo y vio que podía ayudar a quien estuviera en su situación. "Quise romper el silencio porque hay muchas mujeres que están pasando por ese momento y es tan sumamente difícil que creía necesario decirlo", apunta. Le ayudó ser boxeadora y reflejar que no hay quien se libre de esta lacra. También la necesidad de quitarse el escozor de aquellos días: "Sufrí el silencio, sufrí la situación y otros muchos aspectos. Se trata de armarse de valor y coraje y salir adelante".
De eso, de salir adelante, Miriam Gutiérrez sabe bastante. Nació en 1983 en Vallecas, un barrio del sur de Madrid por el que campaba el trapicheo. Con cinco hermanos, padre albañil y madre ama de casa, la que en el colegio se consideraba una "revoleras" dejó los estudios. A los 14 años empezó en el full contact, pero tuvo que abandonarlo por una lesión del abductor. Dio el salto al boxeo, con el popular Jero García de tutor, y apuntaba maneras como amateur.
Hasta que paró. Esa etapa previa, compatibilizada con algunos empleos y con una relación que iba asfixiándola poco a poco, llegó a su fin con el citado drama del embarazo. Su novio no solo la dejó en una camilla con un bebé prematuro, sino que había horadado su autoestima. Controlaba con quién hablaba, qué hacía, cómo se comportaba. Gutiérrez, que se define como extrovertida, dejó de brillar en su faceta social. En "cuatro asaltos", como afirma, se deslizó al vació. "El primer día no te enteras, el segundo lo dejas pasar, el tercero lo niegas y el cuarto estás en el hoyo", enumera, rememorando aquella época.
"Fueron años muy difíciles, en los que peleas con tu mente y tu físico. Te preguntas cómo vas a hacer con una niña, con el trabajo… Estaban juntos lo mejor de mi vida, con la niña, y lo peor: la inquietud que te genera no saber qué vendrá. Tienes que ser fuerte. Para levantarte, porque caerte está a la orden del día. Todo el mundo cae, pero hay que tener los huevos para levantarse", resume.
No era la primera vez, de hecho. Quizás sí la más profunda, pero no la primera. Ya había sufrido esa lesión que la apartó del full contact y la mezcla de vergüenza e impotencia que la alejó del boxeo. Cuando Miriam Gutiérrez se trasladó a esta disciplina con Jero García (al que le une un "vínculo especial", dice, que se asemeja al de "una familia") no esperaba lo que llegó al rato. De hecho, lo calló en numerosas ocasiones. Incluso una vez en que tuvo que reducir gramos en un pesaje y su cuerpo mostró los moratones de las agresiones.
"Tuve muchas situaciones en las que no hablaba con él por no decirle lo que estaba pasando", esgrime, arrepentida. Gutiérrez ve que esa parte de no contar afecta a ambas personas: la que calla y la que desconoce. Pero cuesta soltarse. Por eso ahora ayuda a las que viven esa opresión y también da charlas a jóvenes. "Soy de las que piensa que lo primero es la casa. Luego el colegio, luego el instituto… Y hay que empezar por lo que tienes más cerca", cuenta quien lidia a diario con una adolescente de 17 años y un niño de ocho.
Gutiérrez cree que "hay mucho que hacer, pero hay cosas que están cambiando". Aboga por una igualdad real y por tratar el asunto de forma conjunta, hombres y mujeres. Desde su cargo municipal, reseña, han doblado los profesionales. Entró en 2019, en las últimas elecciones, como independiente en el ejecutivo del Partido Popular. "Yo no soy de un grupo concreto, sino de quien se preocupe por el ciudadano. Y el PP es un partido increíble", afirma, destacando las pruebas que se hicieron de COVID-19 a los vecinos y anunciando futuras acciones que prefiere no desvelar.
25 de noviembre 2020, 10:53 GMT
Mientras, entrena tres veces al día en este rincón, que David Gistau describió como "una antigua cochera acondicionada que habla en morse al barrio con los golpes a los sacos". Y defiende el título "interino" de campeona mundial femenina en peso ligero desde 2019, hasta que se celebre de nuevo. El 14 de noviembre de 2020 peleó en el estadio de Wembley contra la irlandesa Katie Taylor. Perdió por puntos.
"Ahora voy a descansar. Ver con calma qué hacer, porque el año pasado estuve muchas horas sola, haciendo todo en casa por el confinamiento, y quiero que me apetezca", alega, evocando el "orgullo" de aquel 31 de marzo de 2017 en que debutó como profesional con Vanesa Caballero, "una amiga muy loca y con un gran corazón".
Los puñetazos de fondo siguen marcando la banda sonora. En los altavoces, éxitos de rock nacional o temas de rumba. Jero García guía las clases y Gutiérrez reposa después de castigar las lonas, hacer sombras en el ring y estirar para posar con un protector bucal que dice "No es no". "Miriam ya ha hecho historia en el boxeo", puntualiza el mediático entrenador, "encantado" de haber influido: "Es mi figurita y sus triunfos son mis triunfos".
Miriam Gutiérrez, al terminar un entrenamiento en el gimnasio de Jero García de Madrid
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Ali y Frazier siguen mirando de reojo, supervisados no solo por esa foto y el cinturón de campeona de Miriam, sino por pósteres, carteles y recortes de prensa sobre La Reina. Miriam Gutiérrez levanta la corona en este deporte después de vivir "dentro de las cuerdas del maltrato". Ahora, asegura, no tiene miedo a nada. "Soy una persona segura y decidida a crecer, superarme y ganar cada batalla", anota quien enfatiza los valores que le ha inculcado el boxeo: pertenencia a un grupo, lealtad, agilidad para esquivar ganchos vitales.
Devuelve en el cuadrilátero, arguye, los golpes que le ha dado la existencia. Y lo hace con un estilo único, peculiar, que no bebe de nadie en particular. "Puedo fijarme en cómo mueve alguien las piernas o en la defensa de otro, pero no copio. Yo soy de bailar, de movimientos bachateros y salseros. Lo que me ha privado la vida, lo hago en el ring", sonríe.