Aunque el metal precioso por excelencia es el oro, en los últimos tiempos no es el más caro. Entre el oro, la plata, el platino, el rodio y el paladio es precisamente este último el que cotiza claramente por delante de todos.
A fecha de 30 de marzo, por ejemplo, abrió su cotización a futuros a un precio de 2.530,7 dólares por onza troy, el patrón de referencia, con un incremento acumulado del 16,01% en los 12 meses anteriores. A su vez, el oro lo hizo a 1712,65 dólares y una variación de solo el 3,44% en el último año. La tendencia se observa desde enero de 2019, cuando el paladio adelantó al metal áureo por primera vez desde 2002.
¿Y por qué es tan caro?
Básicamente porque hay poco y porque su proceso de obtención es costoso; suele estar presente en la naturaleza formando aleaciones con otros metales (como el platino, rodio, rutenio e incluso el oro), por lo que se necesita procesar una cantidad ingente de mineral para su extracción. Aunque el esfuerzo tiene su recompensa: los otros metales.
Rusia es el país que mayores yacimientos de paladio alberga en su territorio, que acumula en la región de los Urales hasta el 50% del metal que luego se comercializa. El resto está repartido entre Sudáfrica, Canadá, EEUU, Etiopía y Australia. Es decir, son pocos países los que dominan el mercado, por lo que la competencia es poca y el margen para imponer precios altos, amplio.
La otra gran razón de su elevado precio es su alta demanda. El paladio posee unas propiedades físicoquímicas óptimas para integrar los catalizadores de los vehículos de combustión (gasolina y diésel), así como los condensadores y otros elementos esenciales de los dispositivos electrónicos de todo tipo. Y en un futuro, se estima que su papel será esencial en los procesos de la llamada fusión fría, un modo aún teórico de generar grandes cantidades de energía.
Unas aplicaciones clave
El paladio tiene la capacidad de absorber moléculas de hidrógeno, por lo que su uso en los catalizadores de los automóviles contribuye a reducir notablemente la cantidad de gases tóxicos que expulsan los motores de combustión interna.
Los catalizadores también pueden incluir otros metales, como el platino o el rodio, pues sus similares propiedades químicas también los hacen aptos para suscitar el proceso de catálisis. En otras palabras, el paladio y otros metales del grupo del platino obran que los automóviles no emitan monóxido de carbono (CO) e hidrocarburos a la atmósfera, sino dióxido de carbono (CO2) y vapor de agua (H2O). Es decir, el tráfico rodado sería aún más contaminante de no utilizar el paladio en sus mecanismos.
El uso del paladio en electrodomésticos y electrónica de consumo también es recurrente. En aleación con la plata, integra los electrodos de los condensadores eléctricos para que puedan almacenar carga eléctrica. De resultas, este tipo de condensadores (cerámicos multicapa) integran dispositivos como las placas base de los ordenadores personales, televisores y equipos de sonido. También puede utilizarse para revestir zonas de contacto entre componentes electrónicos.
Es muy utilizado en joyería, tanto en los talleres (los paneles de soldadura aprovechan su robustez y durabilidad) como en sus materiales (es una buena alternativa a la plata y al oro blanco). Y en fotografía, las soluciones químicas con sales de platino y paladio producían tonalidades muy interesantes desde finales del siglo XIX, que en el XXI las técnicas digitales pueden imitar. Ya en el XX, el paladio se incorporaba a las emulsiones de película fotográfica para facilitar su revelado.
¿El futuro gran uso?
Los científicos llevan años recurriendo al paladio para demostrar la viabilidad de los procesos de fusión fría, una técnica con la que se espera obtener grandes cantidades de energía mediante la fusión de núcleos atómicos a temperatura y presión de ambiente, y no a millones de grados centígrados como en las centrales nucleares.
El paladio se revela aquí como aspirante a facilitar el proceso, dada su gran capacidad para absorber hidrógeno. Así, en teoría, bajo condiciones determinadas podría provocar que los núcleos atómicos interactúen y se fusionen, liberando energía. Desde 1989, químicos como el británico Martin Fleischmann o el estadounidense Stanley Pons han recurrido al paladio y otros elementos para recrear en un laboratorio la fusión fría, al igual que el físico japonés Yoshiaki Arata en 2008.
Sin embargo, tales recreaciones no pudieron ser replicadas después por otros equipos de investigadores, por lo que el interés científico en la fusión fría ha ido derivando en otros experimentos relacionados con las reacciones nucleares de baja energía.
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