El trabajo publicado sobre el descubrimiento de hornos incas es la síntesis de una investigación que se inició hace ocho años, cuando los arqueólogos comenzaron a recorrer el sitio arqueológico de Quillay. Este terreno está ubicado en el corazón de la provincia de Catamarca, a 40 kilómetros de la ciudad de Belén.
Además, descubrieron que estos hornos contaban con dos cámaras conectadas. En la de arriba se colocaban pilas de mineral triturado para fundir y esto caía por unos conductos hacia la cámara de abajo. Luego el material incandescente era transportado por unos pequeños canales para ser enfriado fuera del horno. Una vez frío, se separaba el cobre de los desechos y así era como se obtenía el metal puro.
"Aquí se hacía la extracción primaria del cobre, luego los lingotes eran trasladados hacia otros lugares donde los artesanos producían objetos artísticos y de culto. Los metales eran utilizados para elementos que tenían mucho más que ver con la sacralidad que con el mundo cotidiano. No hacían armas ni herramientas, sino colgantes, aros y pectorales que los sacerdotes y gobernantes llevaban en el pecho", añadió Giovannetti.
Todo esto los llevó a concluir que el noroeste argentino fue muy importante para los incas ya que allí podían explotar el cobre en grandes cantidades. Pero se cree que esta revolucionaria tecnología de fundición no fue creada por ellos sino por los pueblos indígenas de la región de Catamarca llamados diaguitas.
Además de estos 30 hornos hallaron martillos de piedra, morteros e incluso un textil con diseños, conservado en uno de los hornos que fue abandonado de forma intencional. Este habría sido colocado allí como ofrenda para agradecer a la pachamama por la explotación realizada en el lugar.