Mientras el mundo lucha contra la pandemia causada por el coronavirus, los medios informan los pormenores del tema, pero hay lectores que no solo se conforman con darle seguimiento al desarrollo del problema mediante los canales adecuados, sino que van más allá y buscan explicaciones a la repentina aparición del mismo.
Días atrás fue publicado un artículo en la Deutsche Welle escrito por Hans Pfeifer en donde señalaba a los medios alternativos de noticias (por supuesto que no podía faltar la mención a RT Deutschland y Sputnik) por utilizar primicias corroboradas y vincularlas con especulaciones, algo que estaba dando pie a teorías conspirativas sobre el origen del virus.
Personalmente, pienso que toda afirmación por muy coherente que parezca, pero que no sea sustentable mediante resultados es debatible —de ahí que me lleve tan mal con los teóricos—. También es cierto lo que establece el principio de la Navaja de Ockham: En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable. Y si aun queda alguna duda, si no existe una respuesta sencilla al planteamiento, puede invocarse un recurso que los juristas también utilizan, el de la analogía.
Estas son tres cosas que deberían tomarse en cuenta a la hora de leer una noticia sea de una fuente tradicional o una alternativa, porque por muy acreditada o cuestionable que esta sea y por muy creíble o inverosímil que aquella parezca nunca debe dejarse a un lado el juicio crítico personal.
Es comprensible la inquietud de Pfeifer si se toma en cuenta la infinidad de conclusiones objetables sobre tópicos sensibles y relevantes al alcance de todos a través de medios asequibles, como por ejemplo —otra apreciación personal— las redes sociales, donde una noticia suele volverse intrascendente por la caprichosa y despreocupada manera con que se maneja la información.
Por ejemplo, de no haber sido por canales de noticia como Sputnik los lectores no habrían sabido sobre los incidentes de las mascarillas decomisadas por Francia a España e Italia, o de EEUU a Alemania.
Así pues, en el 2003 los medios tradicionales aseguraban que Irak contaba con armas de destrucción masiva y que existían vínculos con los acontecimientos en EEUU del 11 de septiembre de 2001, dando pie a una operación militar contra el país mesopotámico, mientras los medios alternativos como por ejemplo el documental del director estadounidense Michael Moore: Farenheit 9/11 denunciaba entre otras cosas la existencia de una agenda secreta por parte de EEUU para invadir dicho país.
Años después apareció, quien para entonces era primer ministro británico, Tony Blair, diciendo que los informes de Inteligencias occidentales se habían equivocado sobre Irak, pero la operación militar se llevó a cabo sin siquiera la disculpa sincera de ningún político occidental responsable por la misma.
Son los medios tradicionales los que afirmaron la liberación de Siria de manos de ISIS gracias a la coalición liderada por EEUU, pero son los medios alternativos los que han denunciado el robo de los recursos naturales del país levantino por parte de esos mismos Estados que se adjudicaron oportunista e indignamente su liberación.
Y hoy la DW solo se limita a calificar de populistas y ultraderechistas los artículos de los medios alternativos, no sin antes —reitero— de demonizar y/o arquetipificar estos términos, usándolos sobre toda aquella idea que contraria sus noticias.
En una realidad ideal la solución no sería desacreditar ningún medio sino que cada lector o lectora tuviese las herramientas para determinar la veracidad o falsedad de una noticia, pero eso pareciera no interesarle ni a las nuevas tendencias ni a los medios tradicionalmente dominantes. Una mente sin sentido crítico ni criterio propio es una mente dócil.
De manera que, si un medio tradicional me cuenta una verdad, según ellos debo darla como cierta e ignorar las sugerencias y cuestionamientos de medios alternativos, aun cuando la analogía me sugiera hacer otra cosa.