El equipo, liderado por la Universidad de Lund (Suecia), utilizó los núcleos de hielo de la isla para hallar pistas sobre antiguas tormentas solares, ya que el hielo conserva, en forma de estratos superpuestos, 'mapas' de los que es fácil obtener información sobre el clima, la biología o la composición atmosférica del pasado. Algo que ocurre sobre todo con el hielo de Groenlandia, formado durante los últimos 100.000 años.
Raimund Muscheler, el autor principal de la investigación y profesor de la Universidad de Lund, advierte de que si esa tormenta ocurriese hoy en día, sus con secuencias serían increíblemente severas.
"Nuestro hallazgo demuestra que estamos subestimando la frecuencia con la que se da este tipo de fenómenos. Lo que venimos a decir es que debemos encontrar la forma de predecir y de protegernos mejor de este tipo de cataclismos", señala.
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De nuestro Sol llegan a la Tierra con frecuencia tormentas —que no son otra cosa que episodios explosivos en los que la estrella libera energía en forma de luz visible, de calor y de radiación-. Aquellas que son poderosas vuelven locos a los polos magnéticos de la Tierra, lo que a su vez vuelve locos a los sistemas de telecomunicaciones y demás tecnología.
Un ejemplo de tormenta solar severa tuvo lugar en marzo de 1989. En aquel momento solo golpeó Canadá, y dejó en fuera de juego la red eléctrica. La tormenta solar de 2003 es otro ejemplo. Dejó Suecia sin electricidad durante varias horas. Fueron solo fenómenos locales, pero de ellos nos podemos hacer una idea de las consecuencias de una tormenta solar a escala global.
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Por ese motivo, prosigue Muscheler, los historiadores, los astrónomos y los físicos intentan hoy en día encontrar los restos de otras llamaradas que hayan tocado la Tierra a la lo largo de su historia. Cuantos más episodios registremos, más fácil será determinar con qué frecuencia tienen lugar y qué consecuencias cabe esperar. Muscheler insiste: estamos subestimando estos fenómenos.