El método se mostró válido tanto para quienes siguieron dietas bajas en grasas como bajas en carbohidratos. Además, su éxito no pareció estar influenciado por su genética o por su respuesta insulínica a los carbohidratos, un hallazgo que arroja dudas sobre la noción cada vez más popular de que las dietas diferentes deben ser recomendadas con base a la composición genética o la tolerancia a los carbohidratos o grasas de cada persona.
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La investigación respalda la noción de que la calidad de la dieta, y no la cantidad de alimento ingerida, es lo que realmente ayuda a las personas a adelgazar y a controlar su peso con mayor facilidad a largo plazo.
De acuerdo con Christopher Gardner, director de estudios nutricionales del Centro de Investigación para la Prevención de Stanford, eso no significa que las calorías no importen. Después de todo, ambos grupos terminaron consumiendo menos calorías en promedio, a pesar de que no eran conscientes de ello. La clave es que lo hicieron centrándose en alimentos integrales nutritivos que saciaban su hambre.
"Creo que nos equivocamos al pedirle a los individuos que determinasen cuántas calorías habían ingerido para luego exigirles que redujeran ese consumo unas 500 calorías; eso hace que se sientan muy mal (…) En realidad debemos centrarnos en una dieta base, que consiste en consumir más verduras, más alimentos no procesados, menos azúcar añadida y menos granos refinados", concluyó Gardner.
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